Remontamos el tiempo en los pueblos de Borgoña

Entre viejas piedras, arte románico y casas medievales, los pueblos de Borgoña nos cuentan su historia a través de fortalezas, iglesias y fortificaciones que son el testimonio de su rico pasado. France.fr te revela su selección con la etiqueta de los “Pueblos más bellos de Francia”.

Noyers-sur-Serein, el medieval

Basta con recorrer las calles de Noyers-sur-Serein para realizar un viaje en el tiempo. Y éste empieza ya desde la muralla, flanqueada por 24 torres. Para entrar en la localidad, se pasa por una de las tres puertas. Luego, el viaje en el tiempo está garantizado entre los palacetes en piedra tallada, las mansiones burguesas, las fachadas con entramado de madera, las casas de viticultores, las antiguas capillas, las placitas con arcadas… ¡Uno espera en cualquier momento ver surgir personajes con vestidos medievales en cualquier rincón!

Flavigny-sur-Ozerain, el gastrónomo

En este pueblo fortificado se percibe un olor reconocible entre mil, mezcla de azúcar y anís: el del Anís de Flavigny, un caramelo cuyo origen al parecer se remonta a San Luis. Nos dejamos guiar por el olfato mientras paseamos por las bonitas calles adoquinadas de Flavigny-sur-Ozerain. A medida que el olor se vuelve más fuerte, es seguro, nos acercamos a la antigua abadía benedictina en la que se fabrican los anises siguiendo una receta que no ha cambiado desde el siglo XII. Visitamos la fábrica antes de marcharnos con los bolsillos llenos de dulces perfumados a la grosella negra, a la violeta, al limón o a la rosa. Ya estamos listos para proseguir la visita de este pueblo pintoresco y romántico, entre la Edad Media y el Renacimiento.

Vézelay, el sagrado

Antes de llegar a la basílica de Sainte Marie-Madeleine, destacado lugar de la Cristiandad y punto de partida de una de las vías del Camino de Santiago, recorremos el pueblo de Vézelay. En las callejuelas estrechas de este burgo medieval conviven casas románicas, mansiones de estilo renacentista así como edificios de los siglos XVII y XVIII, como la Casa del Pontot o el Ayuntamiento. Durante el camino, realizamos una parada en la casa del escritor Romain Rolland, el Museo Zervos, que acoge la colección de arte de la familia del mismo nombre y donde estás expuestas obras de Calder, Miró o Picasso. Luego visitamos las galerías de arte y las tiendas de artesanía de la calle principal. Poco después, la basílica surge al final del camino.

Châteauneuf-en-Auxois, el fortificado

Su posición estratégica entre Dijon y Autun, dominando la llanura y el canal de Borgoña lo convirtió en una de las plazas fuertes de la región durante la Edad Media, así como una localidad muy apreciada por los comerciantes. De este época floreciente, Châteauneuf-en-Auxois ha conservado su castillo, una fortaleza característica de la arquitectura militar borgoñona del siglo XV. En el antiguo pueblo fortificado, las piedras conviven con una vegetación exuberante de la que se enorgullecen sus habitantes. No dejamos de admirar las mansiones de los ricos comerciantes burgueses, construidas entre finales de la Edad Media y el Renacimiento, cuyas torrecillas y otras decoraciones son testimonios de su prosperidad. Es el caso, en particular, de la Casa Bichot, nombre de una de las más antiguas familias de la localidad, o de la Casa del Mouton (de la oveja), con su decoración esculpida de estilo renacentista.

Semur-en-Brionnais, el románico

Este pequeño pueblo del sur de Borgoña se encuentra en los Caminos del Románico, un itinerario que reúne un centenar de iglesias y capillas románicas. Construida en el siglo XII, la colegiata de Saint-Hilaire es uno de los últimos grandes edificios románicos de Borgoña. Aunque es principalmente de estilo románico cluniacense, en ella se advierten algunos elementos que anuncian el estilo gótico. Semur-en-Brionnais alberga asimismo el castillo más antiguo de Borgoña, el de Saint-Hugues, lugar de nacimiento del fundador de la abadía de Cluny, Saint-Hugues. No hay que perderse la iglesia románica de Saint-Martin-la-Vallée, situada valle abajo que, según la inclinación del sol, adquiere unos tonos rosados, ofreciendo una imagen muy bucólica.

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