En pleno Océano Pacífico, Nueva Caledonia se abraza al corazón de la laguna más grande del mundo: 24.300 km² declarados Patrimonio Mundial de la UNESCO. Un marco propicio para desplegar multitud de playas.
Arena blanca y suave como la harina, camafeo de azules turquesa, verdes intensos de los pinares y los cocoteros… De Grande Terre a la Isla de los Pinos, pasando por Ouvéa, las playas, todas paradisíacas, se cuelan en el menor recoveco del archipiélago.
Observar los peces en la piscina natural de la bahía de Oro
Los aficionados al snorkel se lo pasan en grande en este inmenso acuario excavado en el coral. La bahía de Oro está protegida del oleaje por un estrecho canal, lo que permite a los peces payaso o a los peces loro, a los erizos gigantes y otros animales coquetos desplegar sus colores con total tranquilidad. Podremos llegar a ella tras una caminata de 45 minutos desde la bahía de Upi. Una oportunidad inmejorable para descubrir, durante un paseo en canoa polinesia, esta impresionante bahía y sus extrañas formaciones rocosas coralinas excavadas por la erosión, conocidas como «les patates».
Espiar a los bebés tiburón en Ouvéa
Imagina una interminable lengua de arena flanqueada por cocoteros. En Ouvéa, la playa se extiende por unos 25 kilómetros, a lo largo de la única carretera de este atolón de 35 kilómetros de largo. En el norte, la laguna acoge una «guardería»: ¡la de los tiburones limón! El espectáculo de sus aletas acariciando la superficie del agua está casi garantizado, pues esta especie se reproduce siempre en su lugar de nacimiento.
Bañarse en familia en la bahía de Kuto
Con sus aguas cristalinas enmarcadas por las estilizadas siluetas de los pinos de Cook, la bahía de Kuto no solo es una de las más bellas del mundo. También es ideal para bañarse en familia. Una arena fina como el talco y libre de corales tapiza la orilla, exquisitamente suave para los pies de los más pequeños. Y, tras darse un baño, los adultos apreciarán la gastronomía: unos restaurantes, en voladizo sobre la bahía, rinden homenaje a una variedad endémica de caracoles, los «bulimes».
Pasear por la bahía de Shabadran en Maré
El acceso no es fácil debido a la presencia de unos acerados corales, pero el paseo (2 horas y 30 minutos) nos regala unas vistas sin igual: la singular belleza de esta isla de relieve elevado se nos revela aquí con sus abruptos acantilados entrecortados por calas. Y, al llegar, las olas se baten contra las famosas «terrazas» de Shabadran, cascadas de arrecifes y planicies coralinas posadas sobre la arena. ¡Sencillamente espectacular!
Nadar con las tortugas en Luengoni
En Luengoni, en la Isla de Lifou, una arena suave como la harina nos invita a caminar con los pies desnudos. ¡Pero no debemos olvidarnos de nuestros zapatos ni de nuestras aletas! Nos resultarán de gran utilidad para salir al encuentro de las joyas del lugar: las «dolines» o agujeros de agua. Lo ideal es explorarlas a nado, cuando el sol en su cenit ilumina las aguas esmeraldas de estas curiosas cavidades donde se entrecruzan raíces de banianos y estalactitas calcáreas. Salvo que deseemos conformarnos con nadar en dirección al islote de coral, frente a la playa, para cruzarnos a nuestro paso, si la suerte nos acompaña, con algunas tortugas verdes…
Practicar deportes de deslizamiento en Poé
Con una excelente exposición a los alisios del sudeste, Poé es la playa indispensable para practicar el windsurf y el kitesurf. A dos pasos, La Roche Percée, único lugar para la práctica del surf de playa en el archipiélago, es el punto de partida de un bonito sendero por las tres bahías, que serpentea a lo largo de la laguna de Bourail, hasta la pequeña bahía de los enamorados. De camino, parada obligada en la bahía de las Tortugas, lugar preferido de estos animales para poner sus huevos.
Picotear en los islotes en torno a Nouméa
A algunos cables de distancia de Nouméa, un rosario de islotes despliega sus anillos de arena… Todo un escaparate de curiosidades marítimas: el islote Amédée y su faro totalmente blanco que vigila desde sus 56 metros de altura las cristalinas aguas de la laguna, el islote Maître y su planicie rocosa, el islote Larégnère con una zona marina protegida que es el hogar de los puffins (especie de ave protegida) del Pacífico o incluso el islote Canard y su sendero submarino.
Por Anne-Claire Delorme
Periodista y viajera.