Marsella, respirar, sentir, vivir…

Marsella va mucho más allá de Le Panier, asomarse a Notre-Dame de La Garde o visitar algunos de sus fabulosos museos. En mi segunda visita a la ciudad, más de una década después, decidí dejarme embaucar por su faceta más natural, ese hálito de paisajes en bruto, aguas turquesas, afilados acantilados y poder saborear a fuego lento el aroma de una ciudad donde respirar profundo se convierte en virtud.

Al filo de Les Calanques

Hay muchas maneras de conocer el macizo de Les Calanques, yendo por el agua con una embarcación desde Marsella o Cassis, haciendo un buen trekking o, si apetece soltar adrenalina, haciendo una ruta por vías ferratas desafiando al vértigo y alcanzando las mejores panorámicas de este hermoso Parque Nacional. Las cuerdas, en aquella experiencia, fueron los brazos que me permitieron mecerme en Les Calanques. Primero para pasar de una roca a otra. Y por último para descender más de 70 metros en una tirolina que me permitió acariciar el mar Mediterráneo en toda su plenitud.

Marselleando en una bicicleta eléctrica

La ciudad de Marsella vivió un antes y un después de 2013 cuando tuvo el honor de ser Capital Europea de la Cultura. Se volvió mucho más amable, más enfocada a los peatones y a los modos de transporte sostenibles. De ahí que esta vez no me pensara dos veces el poder recorrer la ciudad en bicicleta (eléctrica, que hay muchas cuestas y todo ayuda) y así ver Marsella desde otra perspectiva. Desde el Castillo del Faro a los entresijos del fuerte de Saint-Jean pude “marsellear” a placer y descubrir la ciudad vieja que fundaran los griegos hace 26 siglos de una manera más ecológica y, por supuesto, saludable.

Chez Madie les Galinettes

La actividad física da mucha hambre. Así que en aquel intenso primer día en Marsella me di un homenaje gastronómico a orillas de le Vieux Port. En Chez Madie les Galinettes (nº 138 de Quai du Port) tenían una gran variedad de platos con pescado fresco, mariscos y carnes. Como me suele pasar cuando me dicen que voy a probar el mejor steak tartar del mundo, termino sucumbiendo en los pecados de la carne. Y os aseguro que aquel lugar da para pecar a gusto, sin más penitencia que la de comer acompañado de los rayos de sol y la brisa mediterránea.

Yoga en la playa

Con las primeras luces del alba de mi segundo día por Marsella, me dejé llevar por la primera clase de yoga a la que asistiría en mi vida. Y a mí, como siempre, me gusta iniciarme a lo grande. En este caso en la playa (Plage des Catalans) durante una agradable mañana preveraniega. Fue una hora de estiramientos, posturas que no sabía que existían y, a su vez, relajación. Mucha relajación. Respirar profundo mientras la arena y el horizonte cambiaban de color. Todo cortesía de Massilia Fit.

Barco al castillo de If, el escenario real de Alejandro Dumas

Marsella siempre permite abandonar su faceta de urbanita en cuestión de minutos, los que tardó el barco en salir del Vieux Port y alcanzar el archipiélago rocoso de Frioul. De todas ellas, el objetivo lo marcaba If y su castillo que en tiempos del rey Francisco I sirvió para defender la ciudad de su archienemigo Carlos V para después pasar a ser una cárcel de prisioneros ilustres. De este lugar escribiría el mismísimo Alejandro Dumas para situar la prisión más dura en “El Conde de Montecristo”, una de las obras maestras del célebre novelista francés. Un auténtico paréntesis en pleno Mediteráneo.

Siempre nos quedará el viejo puerto de Marsella

Mi punto de partida en cada cosa que hacía o dejaba de hacer en Marsella tenía de fondo a le Vieux Port. El puerto viejo es el alma de todas las fiestas y contenedor de la esencia mediterránea en esa Francia sureña que todavía divaga con los colores que imprimen la Provenza y la privilegiada Costa Azul. Marsella abre su tarro de las esencias precisamente en este lugar que hace de mercado de pescado, parking de yates y veleros, mesa de terraza-restaurante, un cómodo asiento donde suspirar y rogar a la siempre brillante Notre-Dame de La Garde. Realmente el viejo puerto es todo lo que quiera ser en cualquier momento.

Sobre la hierba en Le Palais du Pharo

Hace una década me marché de Marsella pensando que las mejores vistas las tenía en Notre-Dame de La Garde. Pero no había sucumbido aún a Le Palais du Pharo, el palacio ajardinado desde el cual le Vieux Port y, en definitiva, el casco viejo de la ciudad, dejan de tener secretos para mostrarse como una maqueta perfecta de sí mismos. Fue un regalo de Napoleón III a su esposa, la española Eugenia de Montijo, allá por 1858. Hoy sus jardines son un presente para los ciudadanos y visitantes de Marsella, los cuales encontramos aquí un enorme soplo de aire fresco.

La habitación desde la que jugaba a saltar sobre los tejados marselleses

Durante mi estancia en Marsella estuve hospedado en el Hôtel Carré Vieux-Port (nº6 de Rue Beauvau), justo detrás del Vieux Port. Desde las ventanas de mi pequeño cuarto marsellés solía imaginarme a mí mismo saltando por los tejados y cúpulas sobre las que se posaban millares de gaviotas. Aquel era mi refugio y, a la vez, una manera de escapar por la silueta de una ciudad que entiende muy bien cómo aprovechar las segundas oportunidades.

Cita en Marsella, en Provenza